martes, 3 de julio de 2007

Madoff: reflexiones sobre la sentencia

Nos pareció interesante la reflexión que realiza Douglas Berman. Él reflexiona sobre el tema.
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La sentencia de Madoff es necesaria e inusual
Publicado el 02-07-2009 , por John Gapper | FT

Hubo un momento durante la vista de la sentencia de Bernard Madoff en Manhattan el lunes en el que se hizo obvio que el estafador de 71 años iba a ser condenado a una pena realmente larga.

Fue cuando el juez Denny Chin mencionó el caso de una mujer que fue a ver a Madoff tras la muerte de su marido para asegurarse de que su legado estaba seguro. El paternal y amistoso titán puso su mano sobre el hombro de la mujer y le garantizó que todo saldría bien; ella confió en él.

El enjuiciamiento y la obtención de sentencias ejemplares en los delitos por fraude es, con frecuencia, difícil. Es un crimen que a los jurados les resulta complejo de entender, y los daños que causa –las pérdidas para los inversores de las empresas implicadas– son intangibles si se los compara con los delitos con violencia física.

Si alguien es agredido y atracado en plena calle, tanto el daño como el modo en que se causa son obvios para todos. En los casos en los que un consejero delegado retoca las cuentas para cubrir pérdidas, resulta más difícil entender cómo se hizo y de qué forma perjudica a los inversores.

Así que Bernard Madoff era el sueño de todo fiscal –la encarnación hollywoodiense de un criminal de guante blanco–. Trató cara a cara con muchas de sus víctimas y las miró a los ojos; no sólo desdeñó el valor de las inversiones sino que despilfarró el dinero que le confiaron.

En la vista, me senté con las víctimas de Madoff (no mostré mis credenciales de prensa y los guardas de seguridad me colocaron con el resto de la gente). Esto aumentó el impacto emotivo de las estremecedoras historias de personas que lo habían perdido todo.

Ira Sorkin, el abogado de Madoff, no está satisfecho con la sentencia de 150 años y cree que el juez se excedió en la aplicación de las pautas federales para las condenas. Considera “absurdo” enviar a un anciano a la cárcel durante un espacio de tiempo que supera en mucho su esperanza de vida sólo para satisfacer las reclamaciones de “venganza”.

Por si sirve de algo, creo que Sorkin no se esforzó mucho por defender a Madoff en su alegato final. Sin embargo, eso no tuvo nada que ver: la conducta de Madoff era indefendible y merecía la sentencia.

La pregunta es si la espectacular condena de Madoff debería convertirse en el referente para futuros casos de fraude empresarial, tal y como Douglas Berman, un profesor de derecho del estado de Ohio y comentarista de la sentencia en un blog, sugiere que sucederá.

No comparto su opinión. El caso Madoff fue algo excepcional y atípico. Ni la disuasión de futuros crímenes ni los castigos exigen que todos los estafadores de guante blanco con yate y avión privado reciban castigos espectaculares –basta con uno severo–.

Las sentencias relacionadas con el fraude han experimentado un brusco aumento desde los años 80, cuando los implicados en los escándalos de Wall Street escaparon con condenas relativamente benévolas. Ivan Boesky, el arbitrajista de Wall Street, fue condenado a sólo tres años y medio en 1987, después de cooperar con reguladores y fiscales.

Los referentes actuales los fijaron Enron y WorldCom. Jeff Skilling, el ex consejero delegado de Enron, fue condenado a 24 años de cárcel, mientras que la pena de Bernie Ebbers, de WorldCom, ascendió a 25 años.

El grado de las sentencias está justificado en base a la igualdad social y como elemento disuasorio para el exceso de creatividad con las cuentas. El fraude siempre será difícil de descubrir y las condenas severas son necesarias para evitar que a los estafadores se les trate de forma distinta a otros criminales.

Las estadísticas apoyan la verdad intuitiva sobre el fraude y los delitos de guante blanco: que las personas con estudios son más proclives a incurrir en ellos que a cometer crímenes violentos. Sólo el 3% de los asesinos el año pasado en EEUU eran licenciados universitarios, frente al 18% de los estafadores.

Este tipo de sentencias son disuasorias ya que las leyes federales obligan a los condenados por delitos graves a cumplir la mayor parte de la condena, y las penas de entre 20 y 30 años se cumplen por lo general en cárceles federales de máxima seguridad –unos lugares muy desagradables–.

En la mayoría de los casos, eso basta: las condenas de cárcel no necesitan seguir aumentando su duración de forma exponencial para mantener a raya a los potenciales granujas. De hecho, hay algunos indicios de excesos en casos importantes (no en el de Madoff).

Henry Blodget, un ex analista de Wall Street al que se acusó de haber ocultado riesgos en muchos valores en 2003, y que en la actualidad posee un blog financiero, fue una de las personas que criticó la sentencia de James Olis, un ex empleado de Dynegy condenado a 24 años en 2004 acusado de cometer fraude contable.

Olis formaba parte de un grupo de empleados de Dynegy que usaron una artimaña contable para maquillar sus resultados. Cuando las cifras se replantearon posteriormente, las acciones sufrieron una fuerte caída, lo que a su vez provocó pérdidas estimadas en 100 millones de dólares (71 millones de euros) a los inversores de la empresa. Esto llevó a que se dictara una sentencia extremadamente severa.

La condena no era razonable, ya que Olis no era un villano del estilo de Madoff, que se benefició personalmente de su actuación; y engañar a los inversores sobre el valor de las acciones, si bien es algo grave, no es lo mismo que robar dinero. La pena se redujo a seis años tras la apelación.

El caso Madoff fue inusual en muchos sentidos, siendo uno de ellos que la condena a 150 años de cárcel estaba justificada. La pena de entre 12 y 20 años propuesta por Sorkin al tribunal no habría sido suficiente respuesta a un engaño tan descomunal y cruel.

Fue, sin embargo, una excepción. Las condenas de hasta 30 años para los casos graves de fraude que provocan severas pérdidas financieras a otros son, en casi todos los casos, no sólo necesarias sino también suficientes.

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